Tras un año de pandemia, las instituciones educativas del país tuvieron que hacer un cambio radical en la manera de dar clase. Estas son algunas experiencias inspiradoras, destacadas en artículo del diario El Espectador.
Antes del COVID-19, el 10 % de los estudiantes se
encontraban en modalidad virtual; es decir, más de 200 mil alumnos, según el
reporte de la red Ilumno. A un año de la pandemia, de acuerdo con el Ministerio
de Tecnologías de la Información y Comunicaciones, las clases virtuales han
aumentado en un 70 %.
Desde que cerraron los colegios y universidades, a
principios de marzo de 2020, la educación virtual en Colombia dejó de ser
considerada un complemento de las aulas para convertirse en un ejercicio vital
del aprendizaje, aunque muchos estudiantes (de educación primaria, secundaria y
superior) aún no tengan acceso a las tecnologías necesarias: computador,
conexión wifi en casa o un celular de uso personal.
En marzo del año pasado, de acuerdo con el Laboratorio de
Economía de la Educación de la Universidad Javeriana, en los grados quinto y
undécimo, cerca de la mitad de los estudiantes de colegios públicos reportaron
que en su hogar contaban con servicio o conexión de internet o tenían
computador; estos son unos 855.000 estudiantes. No obstante, solo el 37 %
reportó que tenía internet y computador. La mayoría de quienes sí tienen ambas
herramientas están en Bogotá, Bucaramanga, Cali, Envigado y Sabaneta, pero los
estudiantes de otros municipios no tienen estas herramientas al alcance.
Sin embargo, la recursividad de los maestros de Colombia no
se detiene. Uno de estos ejemplos es El canto del tucán, un programa radial
que, desde mayo del año pasado, ha transmitido información del coronavirus en
español y lenguas maternas amazónicas; o Recreo al aire, un programada creado
por los profesores de Nuevo Colón (Boyacá) para explicar las actividades de las
cartillas que entrega el colegio cada quince días. Allí los niños reciben
información de cómo hacer las guías y los padres reciben indicaciones para
orientar a sus hijos con las tareas.
En otras zonas del país, como Uribia (La Guajira) también
optimizaron la vida de su comunidad gracias a las mejoras educativas en los
colegios. Más de 300 niños indígenas wayuus que estudiaban en el Centro
Etnoeducativo Nuestra Señora del Carmen, en el corregimiento de Taparajin,
recibieron una planta de energía solar y nuevas áreas para la atención a los
estudiantes, la primera de las cuales está en ejecución.
“El proyecto reúne los esfuerzos de IEEE Humanitarian
Activities Committee (HAC), IEEE Colombia, IEEE Subsección Santanderes, la
Pontificia Universidad Javeriana y la Universidad Industrial de Santander, y
tiene entre sus actividades la estructuración y ejecución de un programa de
capacitaciones en temas relacionados con energías renovables, sistemas
fotovoltaicos, uso y mantenimiento de baños ecológicos, y principios de
sostenibilidad”, puntualizó Camilo Prieto Valderrama, director de la ONG
Movimiento Ambientalista Colombiano.
Las herramientas tecnológicas no son determinantes, y tener
un computador y conexión estable a internet es importante, pero no es la única
condición para sostener un programa de estudios. El mejor ejemplo es de la
Facultad de Educación de la Universidad de La Salle, que experimentó una
disminución en la asistencia y permanencia de sus estudiantes, unos 10.000.
“Nos dimos cuenta de que los estudiantes de verdad usaban los recursos de la
universidad por más que tuvieran los propios en casa, y esto no es solo
computador e internet, también los espacios con profesores. Así que
implementamos un 30 % de descuento en matrículas, una actualización de las
plataformas virtuales de la universidad, un apoyo para que los estudiantes
pudieran conectarse, y un programa de padrinazgos para hacer seguimiento y
apoyo a los estudiantes”, dice Jairo Alberto Galindo, director de posgrados
virtuales y a distancia de la Facultad de Educación de la Universidad de La
Salle.
Aunque hay mucho camino por recorrer, las instituciones que
desde antes le habían apostado a la educación virtual van ganando. La
Uniminuto, por ejemplo, logró que la inscripción de estudiantes en la
metodología virtual aumentara en un 123 % en cinco años, pues pasó de 41.331
personas matriculadas a 92.425 en 2018.
De acuerdo con el padre rector Hárold de Jesús Castilla,
quien habló con este diario en ese entonces, las estrategias siguen siendo las
mismas: “Conseguir mucho contenido y, sistematizándolo, ofrecer un repositorio
grande de programas académicos propios —oferta nueva, entre ellas maestrías y
posgrado, y carreras que ya teníamos en la presencialidad—, transformar las
metodologías de aprendizaje a esta modalidad, usar la misma plataforma que en
el campus virtual para que los estudiantes interactúen y aprovechen todas esas
herramientas digitales, y, lo más importante, la formación de docentes en este
método. Los hemos acompañado en diplomados para que puedan ser mediadores del
conocimiento a través de esa digitalización y de esas plataformas virtuales que
se tienen”.
Todavía hay mucho por hacer, pero todo indica que la
educación virtual intensiva continuará. Hacerla accesible y de alta calidad
para cerca de nueve millones de estudiantes del país es el compromiso que
tienen Estado, instituciones educativas y maestros, sin importar las distancias
geográficas.