Nuestra vida cambió en el último año en diversos aspectos. La educación es uno de ellos. Sufrió transformaciones que, seguramente, llegaron para quedarse.
Docentes, estudiantes de cualquier nivel, padres, madres,
etc. Para todos la pandemia ha hecho que la educación tal como la conocíamos no
sea igual. Así se explica en artículo publicado en TheConversation.com y
compartimos a continuación:
Como ya explicaron las investigadoras María del Mar Sánchez
y Paz Prendes, la educación virtual tiene sus propias reglas y dinámicas que la
convierten en un modelo pedagógico que no es efectivo para emular el
aprendizaje en entornos presenciales y síncronos tradicionales.
Desequilibrios educativos
Precisamente ese rápido, abrupto y desestructurado paso de
la enseñanza presencial a la educación en confinamiento ha provocado profundos
desequilibrios en el sistema educativo: desde la falta de acceso a ordenadores
y conexión a internet hasta la ausencia de conocimientos y competencias por
docentes y estudiantes para adaptarse adecuadamente al modelo en línea, pasando
por los riesgos de una digitalización capitalista de la educación, entre otros.
Este panorama nos muestra la complejidad del traspaso de los
modelos educativos presenciales a las diferentes modalidades en línea y, por
tanto, la necesidad de una mirada amplia que permita analizar e intervenir de
manera holística en la resolución de estos problemas.
Desde hace décadas, una rama importante de la sociología de
la ciencia y la tecnología se dedica a desvelar la “magia” que hay detrás de
los experimentos tecnocientíficos y las discusiones políticas, concluyendo que
aquella compleja fórmula matemática para describir un agujero negro o la
presentación final de una nueva y farragosa ley, en realidad son el resultado
de una compleja relación laboral y académica entre científicos y becarios, el
descarte de decenas de experimentos anteriores que salieron mal, la obtención
(o no) de una nueva financiación o el éxito en el convencimiento de otros
grupos para que apoyen la iniciativa.
Ni buena, ni mala, ni neutra
La conclusión de estos estudios es que necesitamos atender y
comprender las pequeñas acciones locales en detalle para poder dar cuenta de
fenómenos tan globales y complejos como los científicos o los políticos. Así lo
acabaría resumiendo uno de los fundadores de la sociología de la ciencia,
Melvin Kranzberg: la tecnología no es buena ni mala, pero tampoco es neutra, es
decir, cualquier innovación o hito científico o político no es bueno ni malo a
priori, necesitamos comprenderlo en su complejidad y en su contexto para poder
valorarlo.
Este punto es relevante para analizar lo ocurrido durante
este año con la educación y la pandemia. Extrapolando el argumento de Kranzberg
a lo que ya hemos explicado y que todas y todos hemos vivido de diferentes
modos, podemos afirmar que la educación virtual no es buena ni mala, pero
tampoco es neutra. Y para analizar el cambio educativo sin reducirlo a ese
proceso mágico y abrupto, necesitamos analizar la complejidad de los sistemas
educativos y atender a las comunidades educativas locales.
Igual que ocurre con los análisis sociológicos de
laboratorios o parlamentos, resulta ingenuo reducir el traspaso de la educación
presencial a la virtual a la conexión de estudiantes y profesores a una
pantalla y una conexión a internet.
Algunos juegan con ventaja
Para evitar la brecha digital o para garantizar la igualdad
de oportunidades en el nuevo modelo educativo debemos tener en cuenta la
existencia de condiciones que sitúan “en ventaja” desde la línea de salida a
algunas personas frente a otras: la mayor habilidad con las nuevas tecnologías,
la posibilidad de dedicarse a las labores educativas sin atender a la familia o
a un trabajo, el apoyo económico y cultural de los convivientes a la óptima
adecuación del estudiante al contexto virtual o la mayor capacidad para atender
durante un largo periodo a las indicaciones de una pantalla.
No todas y todos los estudiantes y docentes tienen algunas
de esas ventajas, porque no todas las personas somos iguales y, por tanto, el
cambio en el modelo educativo debe partir del reconocimiento de esta
diversidad.
Pero ¿cómo hacer esto? Si bien existen diversas maneras,
enfoques y alternativas, todos ellos deberían pasar por la escucha de las
necesidades que docentes, estudiantes, madres, padres, equipos directivos y técnicos
educativos han tenido durante este proceso.
Nadie es más experto en un proceso educativo, en enseñar y
aprender y en las características de sus estudiantes que aquel docente, aquella
alumna o aquel tutor que diariamente hacen el esfuerzo por enseñar y aprender
virtualmente en un contexto pandémico sobrevenido. Estos actores forman las
comunidades educativas locales, y deben formar parte de las actuaciones
políticas educativas que les están afectando e interpelando directamente.
Aprovechemos esta situación
Solo así se puede juzgar el papel de la educación virtual. No es buena ni mala (a priori), pero tampoco es neutra. Por tanto, nada es más prioritario que aprovechar este acontecimiento tan relevante a nivel mundial para hacer un análisis profundo con el fin de garantizar la inclusión y la igualdad en cada contexto y en cada comunidad educativa particular.